Publicado en El Periódico de Catalunya, 1991-II-19
La épica de esta guerra es un canto al potencial tecnológico, a la eficacia y precisión de un armamento que exhibe impúdicamente su diseño aerodinámico en los medios de comunicación de masas. Su capacidad destructiva nos estremece hasta deslumbrarnos. Y para justificar nuestra fascinación, hablamos de tecnoguerra.
Sin embargo, pensemos que para que un ser humano mate a otro, no basta con que existan armas. Para que un objeto - una piedra, una rama de un árbol..., un fusil... - se convierta en un arma, hace falta una mano que la empuñe con esta intención. Y sólo quien cree que hay que matar a otro ser humano, tensa sus músculos y descarga su brazo armado con la energía que requiere semejante acto. O contempla la escena sin conmoverse.
La creencia fratricida - el pavor que provoca tan antihumana creencia - es, pues, imprescindible para que un objeto se convierta en arma y para ejecutar el gesto que la accione: para fabricar guerreros que hagan funcionar el armamento. Y toda la energía humana invertida en la tecnología delata la existencia de un arsenal de creencias fratricidas de dimensiones similares.
Pero nuestra fe en la Ciencia que hace posible este armamento nos ciega hasta hacernos pensar que podemos ahogar tanto horror con esta épica tecnofratricida.