Publicado en El Periódico de Catalunya, 1991-III-10
A nosotras nos decían que teníamos que vigilar, porque ellos con frecuencia no venían con muy buenas intenciones y podían arrebatarnos lo más preciado, que teníamos que protegernos con un velo virginal y que antes morir que pecar. A ellos también les inculcaban que nos temieran porque podíamos ser su perdición, y les instruían para ahogar sus sentimientos con una coraza viril bruñida a fuerza de "no llores, que es de niñas". A ellos les prometían ser amos del mundo. A nosotras, sus damas. Y estos fantasmas alimentaron unas relaciones mutuas conflictivas que culminaron en guerra de sexos. (¿No es admirable que hayamos podido entendernos algo?).
Hasta que un día dijimos que no queríamos representar más aquel cuento de señoras sumisas y señores prepotentes. Para no depender de ellos y ser dueñas de nuestro destino, decidimos buscarnos la vida como ellos. ¡Qué poco les gustó no encontrarnos en casa a las horas, y encima, que les reclamásemos espacio allí donde antes sólo estaban ellos! Así empezamos a celebrar el día internacional nuestro, dispuestas a resolver el problema de la mujer. Pero a medida que ensayamos cuentos no escritos y vieron que no hacía falta que fueran más hombres, que preferíamos amigos más comprensivos, amantes más tiernos, padres más cálidos, empezamos a sospechar que la cuestión estaba en erradicar tanta virilidad. El reciente estallido de prepotencia viril ratifica la validez de este objetivo.
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