Entre el confort doméstico y la guerra

Publicado en El Periódico de Catalunya, 1991-III-5

HEMOS CONFIGURADO UNA SOCIEDAD DE CONSUMO EN LA QUE UN TERCIO DE LA HUMANIDAD DESPILFARRAMOS LOS RECURSOS DE LA TIERRA A EXPENSAS DE LOS DOS TERCIOS MARGINADOS EN BOLSAS DE POBREZA.

        Si fuera cierto todo el pacifismo que proclamamos, no habríamos llegado a la vergonzosa situación del reciente conflicto bélico y al no menos lamentable reparto del botín al que ahora asistimos. Luego hemos de re-visar nuestras palabras, y contrastar lo que decimos con lo que hacemos. Porque sería absurdo hablar de paz si con nuestros actos impulsamos la guerra.

        Empecemos por abandonar esos tópicos que no sirven más que para eludir nuestra responsabilidad. El argumento que han esgrimido unos de liberar Kuwait es tan burdo como el uso que otros han hecho de la causa Palestina: en ambos casos se han utilizado aspiraciones humanas legítimas como escudo para encubrir intereses más mezquinos por dominar la riqueza de la zona. Y atribuir la responsabilidad de esta guerra a Saddam Hussein, Bush y unos pocos hombres más implica creer que el resto nos movemos entre la pasividad sumisa y... la estupidez.

        Por tanto, es necesario que busquemos las piezas fundamentales y fundamentadoras de nuestra vida social, las raíces de esta situación tan compleja... en algunas nociones simples que acaso están en la base de esta complejidad.

        Recordemos nuestra Historia. Lamentablemente, esta guerra no es un acontecimiento excepcional. El pasado lejano y reciente de la Cultura Occidental, el progreso de que nos vanagloriamos, está salpicado de sangre. Lo que no explican los libros de Historia es cómo hemos sobrevivido a pesar de tantas guerras. Tendremos que introducir este dato en nuestra explicación.

        Pero hay otras piezas del puzzle de esa lógica de nuestra cultura que obedece al mandato bíblico "creced y multiplicaos y dominad la Tierra", y que los historiadores tampoco tienen en cuenta y hemos aprendido a ignorar.

        En primer lugar, el objetivo del dominio que unos colectivos ejercen sobre otros es lograr un botín del que disfrutan los guerreros junto con mujeres y criaturas de su grupo. El botín obtenido mediante el saqueo de otros colectivos está, pues, en la base de los bienes de que se disfruta privadamente. En consecuencia, frente a esa Historia que centra su atención en los actores y las actuaciones públicos y menosprecia hasta silenciar cuanto se refiere a la vida privada, frente a la creencia de que son las decisiones públicas las que rigen la vida colectiva, podemos pensar que más bien es la voluntad de incrementar los bienes privados y de mejorar hasta la saciedad las condiciones de vida domésticas lo que impulsa la expansión territorial: el motor de las decisiones públicas orientadas hacia nuevas fases expansivas que...  repercuten en los bienes privados. La vida pública, política y mercantil, expresa la confluencia de unas actuaciones privadas obsesionadas por perpetuar y ampliar esos bienes.

        Además, esta voluntad de dominio expansivo constituye al mismo tiempo la razón de ser de los colectivos dominantes - que justifican su existencia alegando que han defenderse de los ataques externos - y la causa de su debilidad. Implanta esa distinción radical entre quienes se apropian de los bienes y quienes en consecuencia resultan desposeídos.

        Pero a la vez, la dinámica expansiva conduce a que esas minorías dejen de serlo, ya que exige incrementar constantemente el número de quienes la practican. Por tanto, si no se renuncia a ella, exige ineludiblemente incorporar a gentes a las que se había desposeído, y que reclaman su parte en el reparto del botín. De ahí que las minorías se conviertan en nuevas mayorías...  minoritarias, proporcionalmente a las dimensiones que alcanza el dominio. Así parece haber crecido, a lo largo de nuestro pasado, el número de hombres y mujeres que disfrutan de la posesión privada de bienes, y, en consecuencia, se han transformado las relaciones públicas, políticas y económicas.

        Tener en cuenta las repercusiones de la voluntad de dominio en la organización social interna, privada y pública, nos permite re-conocer las transformaciones históricas contemporáneas, desde nuestras propias historias personales. Nos hallamos ante un conflictivo proceso de redefinición del sistema patrimonial, que ha repercutido en las nuevas formas de la vida pública, a medida que sectores de población desposeídos al iniciarse este siglo han accedido a la posesión de bienes, incrementando el número de gente que - aunque en diversos grados -  disfrutamos hoy de un menor o mayor confort doméstico.

        Así se habría configurado esta sociedad de consumo, en la que ¡en esta paz armada al fin recuperada! - un tercio de la humanidad despilfarramos los recursos de la Tierra a expensas de los dos tercios marginados en bolsas de miseria, en la fase de dominio de la Tierra desde el espacio extraterrestre.

        Es, pues, la ambición personal, privada, lo que impulsa esas decisiones públicas que han desembocado en este conflicto, y nos atrapa entre el confort doméstico y la guerra. Por eso el petróleo que consumimos está empapado de sangre.

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