Publicado en El Periódico de Catalunya, 1993-I-14
Una de las manifestaciones más visibles de nuestra integración en el mercado europeo es el fin del monopolio de CAMPSA y la proliferación de otras marcas en los surtidores que alimentan nuestros vehículos. Nuevos coloridos y una mayor variedad de logotipos han remodelado nuestro paisaje en los últimos tiempos. Pero esta diversificación de la oferta no ha mejorado el servicio. Cada día es más frecuente que el usuario, haga frío o calor, llueva o nieve, tenga que apearse del coche, coger la manguera, llenarse el depósito y desplazarse hasta la oficina para pagar, tarea más bien incómoda por mucho que la embellezca la publicidad.
Tampoco han mejorado las condiciones de trabajo de los empleados de las gasolineras. Por el contrario, diríase que se trata de una especie a extinguir: donde antes había dos o tres, ahora sólo hay uno, a menudo una chica joven. Y esta feminización no responde a algún plan de igualdad de oportunidades. Obedece a una política de salarios mínimos. Esta es también la razón por la que estos trabajadores se encuentran, a cualquier hora del día o de la noche, en medio de la carretera o la autopista, indefensos ante cualquiera que se proponga arrebatarles la recaudación. La única salida es tragarse el susto, entregar el dinero sin rechistar y avisar a la policía que difícilmente podrá presentarse en el lugar del hecho para evitarlo.
¿Hay que esperar alguna víctima mortal para remediar esta situación?
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