Publicado en El Periódico de Catalunya, 1995-II-14
Apenas transcurridos cuatro meses, ya se ha sufrido exámenes finales de cinco, seis, siete asignaturas y, tras pocos días, vuelta a empezar otras cinco, seis, siete asignaturas nuevas de las que habrá que examinarse antes de otros cuatro meses. Este es el ritmo de los nuevos planes de estudio universitarios. Un ritmo que atenaza al profesorado, obligado a comprimir la docencia para unos grupos tan numerosos como antes pero a los que hay que evaluar sin tiempo para identificar a cada persona. Y, lo que es peor, un ritmo que atenaza a los estudiantes que, sometidos a la constante presión de exámenes inminentes, ya no tienen tiempo para estudiar.
Porque estudiar requiere, ante todo, tiempo: para pararse a pensar, curiosear, husmear rastros, averiguar caminos viables e inviables, tiempo también para equivocarse y descubrir a qué se debe la equivocación, para contrastar aciertos y errores con la realidad y con otras personas. Y es ese tiempo lo que se ha eliminado de los nuevos planes de estudio que sólo dejan tiempo para suponer qué preguntas formulará en el examen cada profesor / qué respuestas hay que dar para aprobar y pasar a otras asignaturas.
Grave error en un mundo en que la capacidad tecnológica de acumular memoria hace cada día más necesario saber preguntar y barajar informaciones, y más inútil repetir respuestas a preguntas que ni siquiera hay tiempo para saber si son correctas.
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