1.2. Hechos históricos e informaciones

Podemos proponernos estudiar la historia DE la prensa, de algún periódico o conjunto de periódicos, esto es, considerar la prensa como objeto a estudiar históricamente.

Pero podemos, también, estudiar las transformaciones históricas CON los periódicos: utilizarlos como fuente para el estudio histórico de otros fenómenos sociales sobre los que la prensa puede proporcionar datos, junto con otras fuentes.

Sin embargo, la organización jerarquizada y especializada del saber en este mundo tan feudalizado que es la Universidad, genera problemas que hay que resolver.

Los historiadores que utilizan la prensa como fuente no suelen tener en cuenta los problemas que plantea el estudio histórico de la prensa. Por su parte, los historiadores de la prensa no acostumbran a considerar el papel de la prensa como Fuente documental, que arroja nuevas luces sobre el periodo. Aquellos se interesan por la prensa desde los departamentos de historia. Estos, situados en departamentos de periodismo y en áreas de conocimiento relacionadas con los medios de comunicación, trabajan la historia de las publicaciones periódicas.

Esta disociación favorece que se confunda lo que sucedió, con lo que el periódico dice acerca de lo que sucedió. O más bien, con una parte de lo que el periódico explica: aquello que selecciona el historiador de todo lo que el periódico dice, se convierte en el núcleo básico de lo que, a su vez, el historiador dice acerca de lo que dice el periódico que sucedió. La fuente, utilizada parcialmente, sin un estudio histórico previo, mediatiza la elaboración de la versión que el historiador elabora acerca del pasado, y la falta de crítica a la fuente revela la carencia de crítica hacia la propia tarea del historiador.

De ahí la necesidad de avanzar en un estudio de la historia de la prensa que permita clarificar la relación entre la realidad social pasada y presente, y entre dos versiones acerca de esa realidad social, dos formas de construir simbólicamente la realidad: la que nos ofrecen los historia dores, que podemos definir, como «realidad histórica», entre comillas, y la que nos ofrecen cotidianamente los periodistas y otros profesionales de los medios de comunicación, que podemos definir, también entre comillas, como «realidad informativa».

Por tanto, el estudio de la prensa como objeto del conocimiento histórico no debe olvidar el papel de ésta como fuente historiográfica, cuya utilización correcta exige, a la vez, su conocimiento histórico.

Este doble carácter de la prensa va más allá del marco académico: tiene repercusiones sociales, a la vez que seguramente es fruto de las transformaciones sociales que han conducido a la que definimos como sociedad de la información.

Así, cotidianamente la prensa hace una relación de la actualidad, de lo que sucede en ese tiempo próximo al que llamamos presente. De todo cuanto vivimos cotidianamente el conjunto de miembros del colectivo humano, de la realidad social vivida, entendida globalmente, la prensa selecciona algunos acontecimientos, muy pocos, y los trata de manera que los convierte en informaciones, en hechos que considera significativos, cargados de significado según los criterios convencionales de la información. De todos estos hechos, a su vez, los historiadores seleccionan sólo unos pocos para convertirlos en hechos históricos.

De este modo, la prensa, al registrar lo que sucede en la actualidad, al construir diariamente la realidad informativa, construye también la materia prima de lo que, con el paso del tiempo, se convertirá en lo que los historiadores explican del pasado y se considerará realidad histórica. No en vano, hay periodistas que piensan que se ocupan de explicar la historia viva, y contraponen su actividad a la de los historiadores, a los que atribuyen la tarea de relatar la historia muerta. Y esta opinión es compartida por numerosas personas que esperan hallar en la prensa claves para un conocimiento del presente que los libros de historia no les proporciona o, en todo caso, quizá les proporcionará dentro de unos años.

Pero si la noticia de hoy sirve de base a lo que haya de ser considerado hecho histórico mañana, también la definición de qué es o no un hecho histórico -es decir, lo que los historiadores como colectivo institucional han definido como tal- ha influido e influye en el establecimiento de lo que los periodistas consideran materia prima noticiable, y de la valoración que se hace de las distintas noticias o informaciones que componen un periódico.

Así, las actuaciones de los jefes de estado y otros personajes situados en las cúspides de las instituciones constituyen material noticiable por excelencia, y son elaboradas en forma de noticias que invaden los diarios desde las primeras páginas. Tales noticias son, al mismo tiempo, los hechos históricos prototípicos con los que se ha ido construyendo el discurso histórico. Esto indica que la construcción de lo que se considera la realidad histórica aparece, a su vez, como base nutricia o parámetro de pensamiento que condiciona la construcción de la realidad informativa.

Sin embargo, lo hemos apuntado ya, no todo lo que aparece en los periódicos día a día es considerado por los historiadores como material susceptible de ser transformado en hecho histórico: las informaciones que se suelen homologar a los hechos históricos son sólo una parte de las que publican o transmiten los medios de comunicación de masas. La realidad informativa, el conjunto de informaciones que aparecen en la prensa y los restantes medios de comunicación, no está compuesta so lamente de este tipo de noticias. El repertorio de informaciones es mucho más amplio y diverso que el repertorio de hechos históricos: sucesos, crónicas de sociedad, anuncios publicitarios, noticias económicas, sociales, culturales, chistes, comentarios... Todos estos materiales, que también hablan de alguna manera de la realidad social que vivimos, que también registran la memoria de aspectos diversos del mundo en que Vivimos, todas estas informaciones no suelen ser consideradas por los historiadores como datos significativos para construir sus explicaciones, salvo casos excepcionales... afortunadamente, cada día más frecuentes.

Por ejemplo, un tipo de informaciones que despiertan enorme interés entre la población, los sucesos, apenas llaman la atención de los historiadores y otros estudiosos de las ciencias sociales a no ser para menos preciarlos o rechazarlos, o en el caso de que tengan alguna relación con las instituciones sociales que detentan algún tipo de poder político o económico...

Tampoco suelen interesar a los historiadores otro tipo de informaciones que, al igual que los sucesos, han merecido y merecen el mayor interés del público. Así, las crónicas de sociedad, que dan cuenta de cómo las personas que disponen de mayores recursos cumplen con los rituales básicos mediante los que establecen relaciones matrimoniales, se reproducen y mueren. Sólo los historiadores interesados por los aspectos más anecdóticos o la dimensión más literaria de la historia, o también algunos de los historiadores más conservadores, se han molestado en elaborar explicaciones del pasado teniendo en cuenta esas in formaciones a las que se refiere ampliamente el periodismo mundano o del corazón; precisamente por eso, las obras de estos historiadores, aunque suelen gozar de amplia aceptación entre el público, son menos preciadas por sus compañeros de los departamentos universitarios de historia que se consideran serios.

Pero de todas las informaciones que aparecen en los medios de comunicación sin duda las que merecen menor atención entre los investigadores que analizan la sociedad pasada y presente (historiadores, sociólogos, antropólogos...) son los anuncios publicitarios. La publicidad comercial, gracias a la cual los periódicos se transformaron de medio de comunicación restringido a las minorías en medio de comunicación al alcance de las mayorías, a pesar de dar cuenta entre sus contemporáneos de los diversos cambios que se producen día a día, tanto en la economía como en la representación simbólica de las necesidades, las expectativas y los sueños posibles e imposibles, constituye uno de los fenómenos sociales que menor atención merecen entre los científicos sociales.

Los medios de comunicación ofrecen, pues, un repertorio de informaciones mucho más amplio y variado que el que suelen seleccionar los historiadores para elaborar esa versión de la realidad histórica que construyen y transmiten, a través del sistema escolar, entre los miembros de cada nueva generación, esa explicación del pasado, matriz de las explicaciones del presente que hacen los estudiosos de las restantes ciencias sociales y cuantas personas se precian de ilustradas. Y este desajuste entre lo que hemos aprendido a identificar corno históricamente significativo y el enorme y variado cúmulo de informaciones que recibirnos día a día a través de los medios de comunicación, nos provoca una profunda desazón, ya que desborda las pautas de pensamiento con las que hemos aprendido a pensar racionalmente y a las que atribuimos fiabilidad y hasta veracidad.

Resolver este conflicto requiere considerar que la predilección de los historiadores por algunas de las informaciones que publican los medios de comunicación, y no por otras, no obedece a una simple cuestión de gustos.

Tampoco depende de la mayor o menor importancia que tienen unos acontecimientos u otros en la vida social, aunque éste sea el argumento incuestionado con el que se justifica que se destaque unos hechos y se menosprecie o ignore otros.

El mayor o menor interés depende, ante todo, del que le atribuyen los respectivos colectivos profesionales, y se pone de manifiesto en los procedimientos que utilizan a la hora de elaborar las distintas versiones de la realidad social.

Estos procedimientos definen, en primer lugar, qué aspectos de la realidad social enfocan y consideran significativos, y qué aspectos dejan en la penumbra o excluyen como no significativos, insignificantes; y. además, qué tratamiento hacen de aquello que enfocan, tratamiento que puede apelar bien a la sentimentalidad, bien a la racionalidad.

Esto es, las diferencias entre los hechos históricos y las informaciones delatan, ante todo, diferencias entre la mirada académica y la mirada informativa.

La mirada académica, la mirada que adoptan los historiadores cuando explican el pasado y que sirve de matriz, se explicite o no, para los restantes científicos sociales que explican el presente de forma más pormenorizada, enfoca preferentemente a una parte de la población: a los varones adultos de los grupos dominantes que se sitúan en las cúspides de las instituciones públicas vinculadas al ejercicio del poder; y trata sus actuaciones públicas destacando el por qué y el para qué de sus decisiones, esto es, su racionalidad. En caso de enfocar a los restantes hombres y mujeres situados fuera de esos escenarios públicos, en los espacios priva dos o en territorios marginales, suele infravalorarlos en relación con aquellos, los considera sujetos pacientes de la historia, frente a los varones adultos que ejercen el poder y a los que identifica como protagonistas y sujetos agentes; y si se refiere a actuaciones vinculadas a la sentimentalidad, las define negativamente, como irracionales.

La mirada informativa, sin embargo, enfoca un campo mucho más amplio, una mayor cantidad y diversidad de mujeres y hombres, y lo hace desde distintos ángulos, en una mayor variedad de situaciones, privadas, públicas y marginales, y en actuaciones que remiten tanto a la sentimentalidad como a la racionalidad.

Esta cuestión la he examinado atentamente en trabajos anteriores, por tanto, sólo la trataré aquí en la medida que sea necesario para esclarecer los rasgos comunes y las diferencias entre el enfoque y el tratamiento que están en la base de las explicaciones académicas y las explicaciones de los medios de comunicación.

Una investigación sobre manuales de historia de amplio uso en centros de enseñanza secundaria (cuyos resultados pueden verse en El arquetipo Viril protagonista de la historia), me permitió mostrar q el hombre que aparece como protagonista de la historia no puede identificarse con el ser humano, en sentido genérico, tal como habitualmente creemos. El hombre sobre el que los historiadores centran su mirada de forma casi exclusiva, no corresponde a cualquier ser humano, ni a los seres humanos en general, sino, en sentido estricto, sólo a algunos hombres: a los varones adultos de los grupos dominantes que representan papeles sociales vinculados al ejercicio del poder identificados con un modelo arquetípico que podemos definir como un arquetipo viril.

Este enfoque preferente delata el punto de vista que adopta el historiador en su análisis de la sociedad: los seres humanos a los que realza como protagonistas permiten identificar el yo cognoscente que asume quien elabora la explicación. Y, si bien resulta relativamente claro en los textos de historia, en los cuales ese arquetipo viril aparece representado por un gran número de personajes con nombres y apellidos, el problema se torna más opaco en aquellos textos de las restantes ciencias sociales que generalizan este modelo como concepto de lo humano. Es decir, cuanto más abstractos son los textos, a medida que se acentúa la racionalidad de la mirada académica, más se empaña este enfoque parcial y se confunde con un enfoque presuntamente general.

Pude comprobarlo en mi Tesis Doctoral, al contrastar el texto de la Política de Aristóteles con diversas obras de especialistas de distintas disciplinas que dicen explicar esta obra, como puede verse en La otra «Política» de Aristóteles: mientras el filósofo griego explica con claridad el punto de vista y el sistema de valores que adopta, definiendo como superiores a los varones adultos griegos que participan en la vida política, para lo cual define como inferiores a los restantes hombres y mujeres de los que habla ampliamente, los estudiosos y comentaristas de su obra asumen ese modelo viril corno natural-superior y lo generalizan como si de lo humano se tratara, sin apenas referirse ya a los restantes seres humanos, mujeres y hombres a las que sólo se hace alguna alusión de forma negativa o irónica.

Esta es la falacia en la que incurre la presunta objetividad de la racionalidad ilustrada: asume el modelo arquetípico viril como concepto genérico de lo humano al guardar silencio sobre aquel los seres humanos y aquellos rasgos humanos que no se ajustan a él, a los que ya ni siquiera define negativamente, como hacía Aristóteles, consciente de la necesidad de negar para poder afirmar. De este modo, ya no se advierte la parcialidad del enfoque, sino que se encubre y. a medida que la explicación se hace más abstracta, se torna más opaca. En este punto coinciden los textos conservadores y los textos progresistas: los primeros juegan con el arquetipo viril de forma más transparente mientras que los segundos lo hacen de forma más opaca.

La mirada informativa, lo hemos apuntado y lo examinaremos atentamente en la segunda parte, es más amplia, abarca un campo más vasto y una mayor cantidad de seres humanos más variados, y está más diversificada, adopta diversos puntos de vista. Además, al realzar mediante imágenes literarias o icónicas los rasgos concretos de los personajes y las situaciones, no elude un tratamiento apela también a los sentimientos. Pero esta mayor amplitud y diversidad, también está condicionada por modelos arquetípicos, sólo que no se realza uno, sino varios que se articulan en un juego de antagonismos complementarios, tal como sucede en las explicaciones de carácter mítico-religioso que apelan a la sentimentalidad, en las que el bueno solamente existe por contraste con el malo. Y este repertorio arquetípico más variado pone de manifiesto que la mirada informativa corresponde a un yo cognoscente más plural.

Estos desajustes entre la mirada académica y la mirada informativa explican las valoraciones que, desde el pensamiento académico, suelen hacerse de los medios de comunicación, más o menos favorables o desfavorables según la mayor o menor coincidencia de los respectivos enfoques y tratamientos de la realidad.

Por ello, el estudio histórico de la prensa como objeto a analizar exige tapiar el enfoque de lo que nos hemos habituado a considerar históricamente significativo. Y. a la vez, la lectura atenta de las informaciones publicadas por los periódicos y restantes medios de comunicación, la utilización de la prensa como fuente documental, nos ayuda a ensanchar ese enfoque hasta alcanzar el campo más amplio que abarca la mirada informativa y, así, enriquece nuestra comprensión histórica de la sociedad contemporánea.