Las estructuras mentales
constituyen prisiones de larga duración.
Fernand BRAUDEL, La Historia y las Ciencias Sociales.
La realidad de la existencia de América y su gradual
aparición como una entidad de derecho propio, más que
como una prolongación de Asia, constituyó un desafío a
todo un conjunto de tradicionales prejuicios, creencias y
actitudes. La grandeza de este desafío nos da la
explicación de uno de los hechos más sorprendentes de la
historia intelectual del siglo XVI: la aparente lentitud de
Europa para hacer el adecuado reajuste mental a fin de
encajar a América dentro de su campo de visión.
J. H. ELLI0TT. El viejo mundo y el nuevo, 1492-1650.
Si algún diagnóstico podernos hacer de los medios de comunicación, sin temor a equivocarnos, es su constante transformación. Aún no hemos entrado en contacto con la última innovación, nos enterarnos de que ha aparecido otra que la modifica y que nos hace pensar que aquella ya es historia. Y esta sensación se acentúa cuando pensamos en los medios de comunicación que formaron parte de nuestra infancia, no importa lo próxima o lejana que esté.
Esta incesante transformación de los medios exige estudiarlos desde una perspectiva histórica, so pena de que los análisis queden rápida mente tan obsoletos como la tecnología.
Ciertamente, como todas las actividades humanas, al igual que todos los productos de la actividad humana, los medios de comunicación son históricos. Y uno de los fenómenos más característicos del mundo con temporáneo. Tanto si los consideramos como instituciones sociales, como por su tecnología y por su papel como mediums de reproducción simbólica de la realidad, los medios de comunicación no pueden disociarse de la historia contemporánea: constituyen el sistema neurálgico que articula las relaciones sociales.
Por tanto, si queremos comprender nuestra sociedad, hemos de tener en cuenta el papel de los medios de comunicación y considerar su carácter histórico en varios sentidos.
En primer lugar, porque cambian constantemente: cambia su técnica, cambia su organización interna y sus relaciones con la sociedad, y también se modifican sus formas de expresión.
Además, porque hablan de la historia, de la realidad social que vivimos o que vivieron las generaciones que nos precedieron: día a día, registran la memoria colectiva.
Y porque al registrar la actualidad de cada momento, se basan en la memoria colectiva de muy larga o más reciente duración: utilizan códigos simbólicos que han sido elaborados por generaciones muy anteriores a las que nos son próximas.
En fin, tanto por las prácticas profesionales, económicas y políticas de las que dependen, como por las posibilidades técnicas y los recursos simbólicos que utilizan para elaborarlos, por sus contenidos y por su constante adaptación a una sociedad dinámica, los medios de comunicación tienen un carácter histórico. En consecuencia, su estudio exige un enfoque histórico.
Precisamente, muchas de las insuficiencias que advertimos a menudo en las investigaciones y las reflexiones sobre medios de comunicación, la cultura de masas, la sociedad de la información se derivan de no tomar en consideración este carácter histórico: de examinar los me dios de forma ahistórica.
Pero comprender históricamente los medios de comunicación no quiere decir, simplemente, situarlos en un orden cronológico en el que se intercalan innovaciones técnicas, acontecimientos políticos y algún hito institucional o social. Las cronologías proporcionan datos de interés, y hay que leerlas sabiendo que suelen llamar la atención sobre la implantación de los medios de comunicación como instituciones públicas, y que existen distancias mayores o menores entre las fechas que reseñan y los momentos en que se introducen los medios en las prácticas cotidianas de los distintos colectivos sociales.
Tampoco basta con aderezar estas cronologías con cierta ambientación del contexto histórico, entendido como unos cuantos acontecimientos políticos y económicos. Esta visión, hecha como de fragmentos estáticos de decorados predefinidos, olvida que los medios de comunicación cambian en estrecha relación con la sociedad, y que la comprensión histórica requiere un enfoque global y dinámico de los fenómenos sociales cuya distinción se da con nitidez en el análisis, pero no en la realidad.
El conocimiento histórico de los medios de comunicación requiere, por tanto, tener en cuenta varios aspectos:
a) Sus constantes variaciones a la vez que sus permanencias, en las técnicas y los recursos simbólicos que utilizan para dar cuenta de la realidad social.
b) Su interrelación con otros aspectos concretos de la realidad social (relaciones sociales, formas de sensibilidad y conocimiento, economía, política, tecnología...) al mismo tiempo que con la globalidad de la existencia humana, personal y colectiva, privada y pública, sentida y razonada, empírica y teórica...
e) En tanto que institución, su inserción y sus vínculos con una vida social también histórica, cambiante y a la vez permanente: en la organización política, en las actividades económicas, en las formas de transmisión cultural entre las generaciones...
d) Sus aportaciones al conocimiento histórico, en la medida en que los medios de comunicación registran la memoria cotidiana y reproducen la memoria personal y colectiva de corta, media y larga duración.
De ahí que las relaciones que podemos vislumbrar entre la historia y los medios de comunicación sean muy diversas. Por eso hablamos de historia Y medios de comunicación, expresión que nos permite referir nos tanto al conocimiento histórico DE los medios, como al conocimiento histórico CON, gracias a los medios de comunicación.
En las próximas páginas nos centramos en uno de estos medios de comunicación: la prensa.
Podemos proponernos estudiar la historia DE la prensa, de algún periódico o conjunto de periódicos, esto es, considerar la prensa como objeto a estudiar históricamente.
Pero podemos, también, estudiar las transformaciones históricas CON los periódicos: utilizarlos como fuente para el estudio histórico de otros fenómenos sociales sobre los que la prensa puede proporcionar datos, junto con otras fuentes.
Sin embargo, la organización jerarquizada y especializada del saber en este mundo tan feudalizado que es la Universidad, genera problemas que hay que resolver.
Los historiadores que utilizan la prensa como fuente no suelen tener en cuenta los problemas que plantea el estudio histórico de la prensa. Por su parte, los historiadores de la prensa no acostumbran a considerar el papel de la prensa como Fuente documental, que arroja nuevas luces sobre el periodo. Aquellos se interesan por la prensa desde los departamentos de historia. Estos, situados en departamentos de periodismo y en áreas de conocimiento relacionadas con los medios de comunicación, trabajan la historia de las publicaciones periódicas.
Esta disociación favorece que se confunda lo que sucedió, con lo que el periódico dice acerca de lo que sucedió. O más bien, con una parte de lo que el periódico explica: aquello que selecciona el historiador de todo lo que el periódico dice, se convierte en el núcleo básico de lo que, a su vez, el historiador dice acerca de lo que dice el periódico que sucedió. La fuente, utilizada parcialmente, sin un estudio histórico previo, mediatiza la elaboración de la versión que el historiador elabora acerca del pasado, y la falta de crítica a la fuente revela la carencia de crítica hacia la propia tarea del historiador.
De ahí la necesidad de avanzar en un estudio de la historia de la prensa que permita clarificar la relación entre la realidad social pasada y presente, y entre dos versiones acerca de esa realidad social, dos formas de construir simbólicamente la realidad: la que nos ofrecen los historia dores, que podemos definir, como «realidad histórica», entre comillas, y la que nos ofrecen cotidianamente los periodistas y otros profesionales de los medios de comunicación, que podemos definir, también entre comillas, como «realidad informativa».
Por tanto, el estudio de la prensa como objeto del conocimiento histórico no debe olvidar el papel de ésta como fuente historiográfica, cuya utilización correcta exige, a la vez, su conocimiento histórico.
Este doble carácter de la prensa va más allá del marco académico: tiene repercusiones sociales, a la vez que seguramente es fruto de las transformaciones sociales que han conducido a la que definimos como sociedad de la información.
Así, cotidianamente la prensa hace una relación de la actualidad, de lo que sucede en ese tiempo próximo al que llamamos presente. De todo cuanto vivimos cotidianamente el conjunto de miembros del colectivo humano, de la realidad social vivida, entendida globalmente, la prensa selecciona algunos acontecimientos, muy pocos, y los trata de manera que los convierte en informaciones, en hechos que considera significativos, cargados de significado según los criterios convencionales de la información. De todos estos hechos, a su vez, los historiadores seleccionan sólo unos pocos para convertirlos en hechos históricos.
De este modo, la prensa, al registrar lo que sucede en la actualidad, al construir diariamente la realidad informativa, construye también la materia prima de lo que, con el paso del tiempo, se convertirá en lo que los historiadores explican del pasado y se considerará realidad histórica. No en vano, hay periodistas que piensan que se ocupan de explicar la historia viva, y contraponen su actividad a la de los historiadores, a los que atribuyen la tarea de relatar la historia muerta. Y esta opinión es compartida por numerosas personas que esperan hallar en la prensa claves para un conocimiento del presente que los libros de historia no les proporciona o, en todo caso, quizá les proporcionará dentro de unos años.
Pero si la noticia de hoy sirve de base a lo que haya de ser considerado hecho histórico mañana, también la definición de qué es o no un hecho histórico -es decir, lo que los historiadores como colectivo institucional han definido como tal- ha influido e influye en el establecimiento de lo que los periodistas consideran materia prima noticiable, y de la valoración que se hace de las distintas noticias o informaciones que componen un periódico.
Así, las actuaciones de los jefes de estado y otros personajes situados en las cúspides de las instituciones constituyen material noticiable por excelencia, y son elaboradas en forma de noticias que invaden los diarios desde las primeras páginas. Tales noticias son, al mismo tiempo, los hechos históricos prototípicos con los que se ha ido construyendo el discurso histórico. Esto indica que la construcción de lo que se considera la realidad histórica aparece, a su vez, como base nutricia o parámetro de pensamiento que condiciona la construcción de la realidad informativa.
Sin embargo, lo hemos apuntado ya, no todo lo que aparece en los periódicos día a día es considerado por los historiadores como material susceptible de ser transformado en hecho histórico: las informaciones que se suelen homologar a los hechos históricos son sólo una parte de las que publican o transmiten los medios de comunicación de masas. La realidad informativa, el conjunto de informaciones que aparecen en la prensa y los restantes medios de comunicación, no está compuesta so lamente de este tipo de noticias. El repertorio de informaciones es mucho más amplio y diverso que el repertorio de hechos históricos: sucesos, crónicas de sociedad, anuncios publicitarios, noticias económicas, sociales, culturales, chistes, comentarios... Todos estos materiales, que también hablan de alguna manera de la realidad social que vivimos, que también registran la memoria de aspectos diversos del mundo en que Vivimos, todas estas informaciones no suelen ser consideradas por los historiadores como datos significativos para construir sus explicaciones, salvo casos excepcionales... afortunadamente, cada día más frecuentes.
Por ejemplo, un tipo de informaciones que despiertan enorme interés entre la población, los sucesos, apenas llaman la atención de los historiadores y otros estudiosos de las ciencias sociales a no ser para menos preciarlos o rechazarlos, o en el caso de que tengan alguna relación con las instituciones sociales que detentan algún tipo de poder político o económico...
Tampoco suelen interesar a los historiadores otro tipo de informaciones que, al igual que los sucesos, han merecido y merecen el mayor interés del público. Así, las crónicas de sociedad, que dan cuenta de cómo las personas que disponen de mayores recursos cumplen con los rituales básicos mediante los que establecen relaciones matrimoniales, se reproducen y mueren. Sólo los historiadores interesados por los aspectos más anecdóticos o la dimensión más literaria de la historia, o también algunos de los historiadores más conservadores, se han molestado en elaborar explicaciones del pasado teniendo en cuenta esas in formaciones a las que se refiere ampliamente el periodismo mundano o del corazón; precisamente por eso, las obras de estos historiadores, aunque suelen gozar de amplia aceptación entre el público, son menos preciadas por sus compañeros de los departamentos universitarios de historia que se consideran serios.
Pero de todas las informaciones que aparecen en los medios de comunicación sin duda las que merecen menor atención entre los investigadores que analizan la sociedad pasada y presente (historiadores, sociólogos, antropólogos...) son los anuncios publicitarios. La publicidad comercial, gracias a la cual los periódicos se transformaron de medio de comunicación restringido a las minorías en medio de comunicación al alcance de las mayorías, a pesar de dar cuenta entre sus contemporáneos de los diversos cambios que se producen día a día, tanto en la economía como en la representación simbólica de las necesidades, las expectativas y los sueños posibles e imposibles, constituye uno de los fenómenos sociales que menor atención merecen entre los científicos sociales.
Los medios de comunicación ofrecen, pues, un repertorio de informaciones mucho más amplio y variado que el que suelen seleccionar los historiadores para elaborar esa versión de la realidad histórica que construyen y transmiten, a través del sistema escolar, entre los miembros de cada nueva generación, esa explicación del pasado, matriz de las explicaciones del presente que hacen los estudiosos de las restantes ciencias sociales y cuantas personas se precian de ilustradas. Y este desajuste entre lo que hemos aprendido a identificar corno históricamente significativo y el enorme y variado cúmulo de informaciones que recibirnos día a día a través de los medios de comunicación, nos provoca una profunda desazón, ya que desborda las pautas de pensamiento con las que hemos aprendido a pensar racionalmente y a las que atribuimos fiabilidad y hasta veracidad.
Resolver este conflicto requiere considerar que la predilección de los historiadores por algunas de las informaciones que publican los medios de comunicación, y no por otras, no obedece a una simple cuestión de gustos.
Tampoco depende de la mayor o menor importancia que tienen unos acontecimientos u otros en la vida social, aunque éste sea el argumento incuestionado con el que se justifica que se destaque unos hechos y se menosprecie o ignore otros.
El mayor o menor interés depende, ante todo, del que le atribuyen los respectivos colectivos profesionales, y se pone de manifiesto en los procedimientos que utilizan a la hora de elaborar las distintas versiones de la realidad social.
Estos procedimientos definen, en primer lugar, qué aspectos de la realidad social enfocan y consideran significativos, y qué aspectos dejan en la penumbra o excluyen como no significativos, insignificantes; y. además, qué tratamiento hacen de aquello que enfocan, tratamiento que puede apelar bien a la sentimentalidad, bien a la racionalidad.
Esto es, las diferencias entre los hechos históricos y las informaciones delatan, ante todo, diferencias entre la mirada académica y la mirada informativa.
La mirada académica, la mirada que adoptan los historiadores cuando explican el pasado y que sirve de matriz, se explicite o no, para los restantes científicos sociales que explican el presente de forma más pormenorizada, enfoca preferentemente a una parte de la población: a los varones adultos de los grupos dominantes que se sitúan en las cúspides de las instituciones públicas vinculadas al ejercicio del poder; y trata sus actuaciones públicas destacando el por qué y el para qué de sus decisiones, esto es, su racionalidad. En caso de enfocar a los restantes hombres y mujeres situados fuera de esos escenarios públicos, en los espacios priva dos o en territorios marginales, suele infravalorarlos en relación con aquellos, los considera sujetos pacientes de la historia, frente a los varones adultos que ejercen el poder y a los que identifica como protagonistas y sujetos agentes; y si se refiere a actuaciones vinculadas a la sentimentalidad, las define negativamente, como irracionales.
La mirada informativa, sin embargo, enfoca un campo mucho más amplio, una mayor cantidad y diversidad de mujeres y hombres, y lo hace desde distintos ángulos, en una mayor variedad de situaciones, privadas, públicas y marginales, y en actuaciones que remiten tanto a la sentimentalidad como a la racionalidad.
Esta cuestión la he examinado atentamente en trabajos anteriores, por tanto, sólo la trataré aquí en la medida que sea necesario para esclarecer los rasgos comunes y las diferencias entre el enfoque y el tratamiento que están en la base de las explicaciones académicas y las explicaciones de los medios de comunicación.
Una investigación sobre manuales de historia de amplio uso en centros de enseñanza secundaria (cuyos resultados pueden verse en El arquetipo Viril protagonista de la historia), me permitió mostrar q el hombre que aparece como protagonista de la historia no puede identificarse con el ser humano, en sentido genérico, tal como habitualmente creemos. El hombre sobre el que los historiadores centran su mirada de forma casi exclusiva, no corresponde a cualquier ser humano, ni a los seres humanos en general, sino, en sentido estricto, sólo a algunos hombres: a los varones adultos de los grupos dominantes que representan papeles sociales vinculados al ejercicio del poder identificados con un modelo arquetípico que podemos definir como un arquetipo viril.
Este enfoque preferente delata el punto de vista que adopta el historiador en su análisis de la sociedad: los seres humanos a los que realza como protagonistas permiten identificar el yo cognoscente que asume quien elabora la explicación. Y, si bien resulta relativamente claro en los textos de historia, en los cuales ese arquetipo viril aparece representado por un gran número de personajes con nombres y apellidos, el problema se torna más opaco en aquellos textos de las restantes ciencias sociales que generalizan este modelo como concepto de lo humano. Es decir, cuanto más abstractos son los textos, a medida que se acentúa la racionalidad de la mirada académica, más se empaña este enfoque parcial y se confunde con un enfoque presuntamente general.
Pude comprobarlo en mi Tesis Doctoral, al contrastar el texto de la Política de Aristóteles con diversas obras de especialistas de distintas disciplinas que dicen explicar esta obra, como puede verse en La otra «Política» de Aristóteles: mientras el filósofo griego explica con claridad el punto de vista y el sistema de valores que adopta, definiendo como superiores a los varones adultos griegos que participan en la vida política, para lo cual define como inferiores a los restantes hombres y mujeres de los que habla ampliamente, los estudiosos y comentaristas de su obra asumen ese modelo viril corno natural-superior y lo generalizan como si de lo humano se tratara, sin apenas referirse ya a los restantes seres humanos, mujeres y hombres a las que sólo se hace alguna alusión de forma negativa o irónica.
Esta es la falacia en la que incurre la presunta objetividad de la racionalidad ilustrada: asume el modelo arquetípico viril como concepto genérico de lo humano al guardar silencio sobre aquel los seres humanos y aquellos rasgos humanos que no se ajustan a él, a los que ya ni siquiera define negativamente, como hacía Aristóteles, consciente de la necesidad de negar para poder afirmar. De este modo, ya no se advierte la parcialidad del enfoque, sino que se encubre y. a medida que la explicación se hace más abstracta, se torna más opaca. En este punto coinciden los textos conservadores y los textos progresistas: los primeros juegan con el arquetipo viril de forma más transparente mientras que los segundos lo hacen de forma más opaca.
La mirada informativa, lo hemos apuntado y lo examinaremos atentamente en la segunda parte, es más amplia, abarca un campo más vasto y una mayor cantidad de seres humanos más variados, y está más diversificada, adopta diversos puntos de vista. Además, al realzar mediante imágenes literarias o icónicas los rasgos concretos de los personajes y las situaciones, no elude un tratamiento apela también a los sentimientos. Pero esta mayor amplitud y diversidad, también está condicionada por modelos arquetípicos, sólo que no se realza uno, sino varios que se articulan en un juego de antagonismos complementarios, tal como sucede en las explicaciones de carácter mítico-religioso que apelan a la sentimentalidad, en las que el bueno solamente existe por contraste con el malo. Y este repertorio arquetípico más variado pone de manifiesto que la mirada informativa corresponde a un yo cognoscente más plural.
Estos desajustes entre la mirada académica y la mirada informativa explican las valoraciones que, desde el pensamiento académico, suelen hacerse de los medios de comunicación, más o menos favorables o desfavorables según la mayor o menor coincidencia de los respectivos enfoques y tratamientos de la realidad.
Por ello, el estudio histórico de la prensa como objeto a analizar exige tapiar el enfoque de lo que nos hemos habituado a considerar históricamente significativo. Y. a la vez, la lectura atenta de las informaciones publicadas por los periódicos y restantes medios de comunicación, la utilización de la prensa como fuente documental, nos ayuda a ensanchar ese enfoque hasta alcanzar el campo más amplio que abarca la mirada informativa y, así, enriquece nuestra comprensión histórica de la sociedad contemporánea.
Este enfoque más restringido de la mirada académica constituye la principal dificultad con que tropezamos cuando nos proponemos conocer el proceso histórico de implantación de los medios de comunicación que ha desembocado, tras una larga centuria, en la que se define como sociedad de la información.
Ciertamente, si revisamos con atención obras diversas de historia contemporánea, podemos advertir la escasa atención que en ellos se presta a los medios de comunicación de masas. Y. en el caso de que se mencionen, se habla de aquellos periódicos y aquellas informaciones que tratan preferentemente de personajes y actividades homólogos a los que los historiadores han definido como protagonistas de la historia y hechos históricos. Además, si se aportan datos sobre estos periódicos, a menudo se reducen a los que los identifican como instituciones que intervienen en la vida pública, y a las relaciones que mantienen con otras instituciones, sea en el terreno jurídico (reglamentaciones de prensa...), en el político (alianzas o enfrentamientos políticos...) o en el financiero (vínculos, apoyos o dificultades económicas...).
Este limitado tratamiento de la prensa como fenómeno social, toda vía más íntimo en el caso de otros medios como la radio o la televisión (el cine merece cierto respeto aquello del séptimo arte), concuerda con esa mirada académica que deja en la penumbra el amplio territorio de las prácticas cotidianas y sentimentales, cubierto por los medios de comunicación de masas, y repercute decisivamente en las investigaciones de historia DE la prensa.
Así, la mayoría de estudios históricos sobre la prensa se centran en ese tipo de periódicos a los que se define de información general, mientras que muchas otras publicaciones, las que llegan a la mayoría de lectores, las más genuinamente masivas, permanecen en el olvido o merecen muy escasa atención, menosprecio que repercute incluso en la mala o nula conservación de sus ejemplares en las hemerotecas.
Este enfoque afecta, también, al estudio de la historia CON la prensa, es decir, a la utilización de la prensa como fuente documental para el conocimiento de la historia contemporánea: afecta a los periódicos y a las informaciones que se extraen de ellos.., así como a los periódicos y las informaciones que se menosprecia y considera carentes de valor documental.
Notemos, pues, la estrecha relación que existe entre los personajes a los que se considera protagonistas de la historia, y las fuentes que se seleccionan para elaborar la explicación: la diversidad de mujeres y hombres que transitan por los periódicos con mayores índices de lectura, son excluidos de los textos de los historiadores, en el mejor de los casos definidos corno sujetos pacientes o relegados al papel de víctimas; mientras que esa minoría de personajes que pueblan los mal llamados periódicos de información general, homologados con el arquetipo viril, son identificados como protagonistas de la historia, ensalzados como sujetos agentes de la vida social y... ¡sólo en casos extraordinarios presentados como verdugos!
Por tanto, los medios de comunicación de masas, en la medida en que hacen visibles esos otros protagonistas de la vida social, hoy invisibles a la mirada académica, constituyen otras fuentes documentales de gran valor para enriquecer el conocimiento de las transformaciones históricas contemporáneas.
Pero para que estas otras fuentes hablen, o mejor, para que seamos capaces de escuchar y leer lo que dicen sobre esos otros protagonistas, es imprescindible aprender a «descubrir lo latente detrás de lo aparente, lo visible a través de lo invisible», como propuso el historiador Marc Ferro a propósito de las relaciones entre Cine e Historia. Y este aprendizaje (en realidad, este des-aprendizaje) exige advertir que el problema no se reduce a la selección parcial de unas fuentes que alimenta un enfoque parcial del colectivo social. Al fin y al cabo, todos los enfoques son parciales. El problema radica en que esta visión se considera objetiva, como si estuviera exenta de cualquier subjetividad particular, y en la veracidad que se atribuye a esa forma de explicar las transformaciones históricas contemporáneas. De ahí la confusión entre la historia, entendida como lo que sucedió, y una forma particular de explicar lo que sucedió, a la que llamamos historia y que no es más que una versión entre otras posibles, la versión elaborada por los profesionales institucionalmente legitimados para explicar el pasado.
Porque de la validez que se atribuye a esa versión sobre las transformaciones históricas contemporáneas se deriva una imagen predefinida y fija de lo que se considera el contexto histórico, una especie de telón de fondo sobre el que se proyectan los distintos fenómenos sociales. Y no importa que los medios de comunicación de masas aporten datos que exigen revisar ese decorado. Ni siquiera, que esa explicación académica ya no goce de credibilidad porque ya no ayuda a diagnosticar los problemas del mundo actual y formular remedios para hacerlo más justo. Las pautas básicas que rigen las explicaciones académicas de la historia contemporánea están tan interiorizadas, tan asumidas como lo que ha sucedido, que resulta difícil modificarlas, aún cuando la propia experiencia y otras fuentes documentales ofrezcan la posibilidad de hacerlo.
Concluyamos, pues, todavía sólo como marco hipotético sobre el que seguir trabajando, que la visión que tenemos de la historia contemporánea, del contexto histórico en el que se sitúan los medios de comunicación, está mediatizada por otro medium de comunicación: por el discurso histórico académico. Que este medium propicia un enfoque y un tratamiento de la realidad que, lejos de la objetividad que se le atribuye, es parcial, realza unos aspectos y deja en la penumbra otros, entre los cuales están los medios de comunicación de masas y los protagonistas destacados por estos medios más masivos. Y que para poder comprender la construcción histórica de la sociedad de la información, hemos de ser capaces de visualizar aquello que resulta invisible a la mirada académica.
En esta tarea, los medios de comunicación de masas nos ofrecen una gran ayuda. Pero, para que seamos capaces de utilizarla, es imprescindible que los examinemos históricamente: que contrastemos lo que nos aportan sus textos con el contexto social en el que se han producido y. a la inversa, que nos adentremos en una nueva visión del contexto siguiendo los rastros que encontramos en los textos informativos.
En las próximas páginas examinaremos las dificultades que plantea el estudio histórico de los textos periodísticos, los criterios utilizados para intentar resolverlos, y expondremos una propuesta metodológica concreta. Este paso nos parece imprescindible para poder utilizarlos como fuente documental que nos permita formular otras versiones sobre el proceso histórico de implantación de la sociedad de la información.